En una cámara sellada en la arena,
donde el tiempo se parte, la mente se envenena,
un hombre murmura en lenguas de sombra,
palabras que el universo mismo asombra.
Rodeado de símbolos que no deben ser,
con sangre de hermano y ojos sin ver,
el Ocultista alza su voz al abismo,
y el velo tiembla… al borde del nihilismo.
¡Oh! Sabiduría que quiebra los huesos,
te busco en los sueños, te pago con rezos.
Seres de estrellas, respondan al canto,
yo traigo los cuerpos, yo entrego el llanto.
Y si el alma ha de arder por saber,
que caiga el mundo… yo quiero ver.
No basta su sangre ni su locura,
abre portales con carne impura.
Sus compañeros, víctimas calladas,
son grietas vivientes, almas quebradas.
Por ellos respiran los dioses antiguos,
por ellos despiertan horrores ambiguos.
Y entre ellos, uno ruge en dolor:
el Destructor, el fin sin color.
¡Oh! Sabiduría que quiebra los huesos,
yo invoco al que duerme tras siete universos.
Con nombres perdidos lo haré descender,
el que aniquila sin comprender.
Y si mi mente ha de romper,
que hable el Destructor… yo quiero ver.
Dame el sello que arde en la frente,
dame la carne que grita silente.
Que se quiebre el aire, que tiemble el altar,
el Destructor comienza a llegar.
Más allá del tiempo, del orden, del eje,
donde incluso la muerte se aleje,
Él se arrastra sin forma ni ley,
rompiendo al hombre, partiendo su grey.
Los compañeros se arquean, gritan,
sus ojos sangran, sus mentes se agrietan.
Uno a uno son puertas vivas,
y Él las cruza con fuerza impía.
Y el Ocultista, en trance absoluto,
ve al cosmos doblarse, el color, el luto.
No queda fé, no queda piedad,
solo la forma pura de la Verdad.
¡Oh! sabiduría que no debe ser,
yo abrí la grieta… no puedo volver.
He visto al Destructor sin velo ni voz,
y aún vivo, maldigo el nombre de Dios.
Si esta es la verdad que debí entender,
que se quiebre el mundo…
yo ya lo vi arder.